El mensaje de María en el evangelio.


“Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios. Y he aquí tu parienta Elisabet, ella también ha concebido hijo en su vejez; y este es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril; porque nada hay imposible para Dios.” (Lucas 1:30-37)

Tenemos la tendencia a acercarnos a este pasaje solamente como parte de la tradición navideña y no valoramos que nos presenta uno los modelos de fe más hermosos que registra la Escritura. Esta porción bíblica nos muestra a María, una adolescente, virgen y desposada. Como parte de las costumbres de ese tiempo el estar desposada era más que estar “prometida en matrimonio”. Significaba que ya se habían hecho unos votos y promesas, y en un período que podía variar de 6 meses a 1 año, en una fecha sorpresa, llegaba el esposo y se celebraba la boda.

Así que quizás esta era una tarde cualquiera. María con las preocupaciones e ilusiones propias de su edad, tal vez haciendo tareas en la casa de sus padres y llega este mensajero celestial a decirle algo que cambiaría su vida para siempre. En primer lugar, vas a quedar embarazada. Segundo, tendrás un hijo varón. Tercero, será Hijo de Dios.

¿Qué habrá pasado por la mente de María? Cuántas cosas pasan por la mente y cuántas emociones asaltan el corazón cuando recibimos noticias que nos cambian la vida. El día que supiste de la pérdida, el día que supiste de la enfermedad, el día que tuviste que decir adiós, el día que tuviste comenzar a vivir tu vida pero de una manera diferente. Cuántas preguntas válidas, lógicas y esperadas María estaría en su derecho de hacer.


Sin embargo, llama la atención que María hace una sola pregunta, y más que incredulidad refleja curiosidad. María no preguntó la razón de haber hallado favor y gracia; no preguntó qué era ser Hijo de Dios; no preguntó acerca del reino de Dios. María sólo le dijo al ángel: “¿Cómo será esto? pues no conozco varón”. En otras palabras, “estoy disponible, pero aún haciendo mi parte no sería suficiente”. Más sorprendente aún es la respuesta del ángel. A María no le dieron un curso de Biología 101, ni un curso avanzado de Teología, sólo le recordaron 3 cosas importantes:

1) No se trata de los recursos humanos es la intervención divina por medio del Espíritu.

2) Mira más allá de tu imposibilidad y podrás identificar que Dios está obrando en las imposibilidades de otros. Así como Dios abrió el vientre de Elizabeth, siendo estéril y ya de edad avanzada, Dios puede hacerlo de nuevo.

3) Nada es imposible para Dios.

Y es que muchas veces frente a las preguntas y encrucijadas más grandes lo que necesita el corazón es recordar las verdades más elementales y poderosas. Para María, esa respuesta, que no habló a su lógica ni a su razón, fue suficiente. Y le dijo “Sí” a lo imposible, le dijo “Sí” al plan de Dios.

Quizás en tu condición actual hay muchas preguntas lógicas y válidas que puedes hacer pero te reto a recordar estas verdades poderosas. No se trata de nuestros recursos, es la mano de Dios. Dios está obrando ahora mismo, todavía su mano es sublime y hace proezas. El “nada es imposible para Dios” es suficiente. Dile a tu pérdida, nada es imposible para Dios. Dile a la tristeza, nada es imposible para Dios. Dile al desaliento, nada es imposible para Dios. Dile al temor, nada es imposible para Dios. Dile a la incertidumbre, nada es imposible para Dios…hasta que el “nada es imposible para Dios” sea más que suficiente.

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